miércoles, 18 de noviembre de 2015

Divagaciones

No tengo idea cuanto tiempo he perdido, tampoco lo cuento. He llegado a una conclusión bastante sencilla y es que si le sigo dando vueltas al asunto terminaré perdiendo aun más tiempo, claro está que no es lo que quiero. Las veces que estoy durmiendo me sirve para que mi subconsciente me de con palos y me recuerde lo mucho que falta por vivir, los anhelos que se quedaron tirados, una que otra canción reproducida infinitas veces que termina siendo odiada y aquel regalo que siempre esperé. No puedo controlarlo, algunos sueños me ahogan, me desarman y sé que la culpa es mía, o al menos eso pretendo. Supongo que los momentos más bonitos del día son cuando puedo dormir plácidamente, sin remordimientos, sin pensamientos autónomos que invadan mi sueño de la forma más ruin, y es evidente que es la única forma de despertar contenta, con ganas de empezar un nuevo día. Pasaban días donde me alteraba el futuro simplemente por un sueño, amanecía y automáticamente reconstruía las piezas, me trataba de convencer que todo estaba lejos de la realidad y sin embargo, ya sabía que en el día estaría dándole más vueltas al asunto, compartiendo lo soñado y esperando alguna respuesta lógica. Obviamente, hay algunos sueños imposibles de contar, por infinidades de motivos que la pereza no me deja enumerar, pero igual de terribles, sobretodo porque no hay segundas opiniones y entonces sueles pensar que estás perdiendo la cabeza, algo que últimamente parece desesperar a todos. 

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